Ayer mi sobrina de cuatro años le preguntaba a su madre: "Mamá, ¿por qué la gente va por la calle enfadada? Van todos tan serios..." Tanta sabiduría enmarcada en tan escasos años, aplastante y maravillosa en su lógica infantil que ya la quisiéramos los adultos en muchas ocasiones. Crecemos en edad, y así vamos aprendiendo a sumar preocupaciones, sarcasmo, rencor, estulticia, hipocresía, ... Y así salimos cada mañana al mundo, con la máscara de la seriedad por bandera, alienados de nuestra condición humana. Lejos quedan los patios de juegos de nuestra infancia, adormecida la inocencia de esos primeros años donde sólo importaba el hoy y las inmensas posibilidades que nos esperaban tras cada hora.
Solo tenemos que echar un vistazo a los plúmbeos noticiarios de cada día para comprobar lo necesario que es recuperar la sonrisa, relacionarnos a través de ella, incorporar su magia a nuestra realiad cotidiana para acercar un poco más esa olvidada visión de la niñez. Y además todo son ventajas: es gratis, contagiosa, terapeútica y nos hace mucho más guapos a todos.
"Una sonrisa es más barata que la luz eléctrica, pero ilumina lo mismo". Abbé Pierre
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